viernes, marzo 27, 2009

Todos estamos muertos














Los mismos carteles de SE VENDE que hace un año. Ajados, eso sí, por el tiempo. Hace sol, el mismo sol pero con otro viento. Cruzo el paso de cebra y desaparece una esperanza. Suena la misma sirena desvencijada, quién sabe si de una ambulancia sin muerto o de un bar sin dueño. Las baldosas. Siguen rotas por el mismo lugar, nadie ha reparado mi continua mirada al suelo. Camino ya entre sillas de ruedas, raíles con finas guadañas y sólo una vía de escape. Hace calor, la misma sensación, la asfixiante humedad de este clima tropical que vivo o imagino.

Un sacerdote sale de un bar, Biblia en mano y comunión en alerta. Un coche resquiebra fugaz el asfalto, arrimándose, como todos, al precipicio de sus sueños.

Es la misma entrada, pero con otros muertos.

Coches negros, ladrillos, un kiosko, una cruz. Batas blancas, escaleras... y el mismo lugar, donde estabas tú. Me siento en la misma silla de esta fila vacía. Un rumor helado recorre mi cuerpo. Quizá sean ya tantas ausencias o quizá precisamente hoy estén volviendo las presencias. Desenchufo el hipocampo, tiene energía residual, irá poco a poco apagándose. Respiro más tranquilo. Cruzo las piernas, como si no pasara nada, como si no identificara al silencio de la muerte acechando. Acechándome a mí y acechándonos a todos que esperamos como ristras en mundos ajenos. Desconecto a Paul Broca. Y respiro, siento, más tranquilo. Conozco esta sensación, te la robé un día mientras dormías. Cerraste los ojos y empezaste a susurrar. Las personas se mueven lentamente, me dijiste, qué parsimonia más extraña. Todos visten del mismo color, oscuro. Nadie es capaz de mirar a los ojos de nadie. Qué pasa. Hablan, pero no les oigo. Unos permanecen sentados y otros deambulan de pie, cada uno hacia un lugar distinto, impreciso. Me rodean, o quizá yo les rodeo a ellos, te entendí. El cielo está negro y gris, el viento es un vacío huracán, una ventana que siempre tiene cristales rotos. Qué sensación, lo siento en cada surco de mi mente, cada partícula elemental de este momento machaca aún más los poros de mi piel marchita. Miro los labios, pero no los leo. Letras y palabras ya eran para ti memoria olvidada. Vuelo o paseo o camino. Y no sé si éste es mi último viaje. O mi último delirio.

Me estoy desvaneciendo. Lo noto. Cada vez hay menos gente ocupando su silla, y no hay halo rodeando a nadie. Es así. Estás. No estás. Me estoy desvaneciendo, de este mundo, de esta silla blanca. Tengo ganas de vomitar y del suelo emerge el frío grito de este gélido adiós. Peter Pan. Gonzalo. La chica del puente. Mi cámara de fotos. El césped aquella primavera. La muralla. El bar al que nunca entré. Un beso y tantas manos deslizándose entre tantos cuerpos. La madrugada de aquel Madrid iluminado. Un paseo. Navidad, las mantas. La despensa. Mi nombre escrito en la señal. El ascensor al sexto, y al sótano. Y de nuevo al sexto. El viento cuando mi moto no llevaba casco. La oscuridad del portal. Los sueños de sábanas blancas. Las canciones. La lluvia amarilla. Y los subtítulos que no interpretaron el lenguaje.

El silencio dura tres segundos, recuerda, me dijiste. Y hoy soy yo quien lo habita. Me dirijo hacia ti, postrada en un vergel, minúscula en tu punto de fuga. Ya estamos todos muertos. Y todavía, como hace un año, inalcanzables. Tres, dos. Uno.

domingo, marzo 15, 2009

La memoria


















Suena a lo lejos Rachmaninov, al final del pasillo. He ido apagando las luces hasta llegar aquí. Dejé encendida una en el salón, para que el piano no fuera tibio masaje de almas vacías. Tuviera un resplandor, un espejo, una supuesta mirada.

Estoy cansado, se me cierran los ojos. Hoy he vivido en un mundo entreabierto. De blancos y negros, de recuerdos. Yo recuerdo que me agarraste el corazón con tres palabras una suave noche de verano. Y tú recuerdas otras palabras tiernas mi presencia tierna nuestra historia tierna en un tiempo impreciso. Lo guardas en un poema no marchito, en la fotografía de un instante que se hace eterna. Y yo lo guardaba en el olvido, en una estación de tren abandonada, en una muralla de piedras conquistada por extintos reinos.

Te dejé en un nuevo portal. Y pasé de soslayo por el pasado, qué fugaz fue y qué eterno lo siento hoy. Volví a casa lentamente, en un nuevo camino, recreando nuevas sensaciones. Soñando con ojos abiertos y recordando mis ojos cerrados. Cuando todo era noche y sepia, la brisa no era de mar, la velocidad era siempre tiempo detenido y tus manos jugaban a ser intensos adagios para mi inspiración. Inspiración espuria, tormento temprano, macedonia de metáforas.

Tú guardas un poema y yo un frágil diario de sensaciones.

Devuélvemelo. O muéstrame tus manos. Que sepa que vienen impías, que pueda arañar la niebla y del fondo sólo salgas tú. Sin sombras. Que pueda cruzar tu umbral y no se rompan murallas. Y si caemos, no caigamos más sobre el pasado. Escríbelo: creemos. O inventemos.

domingo, marzo 08, 2009

El rayo que no cesa














Es como un león que ruge dentro de mí. Como el sigilo de la traición. Como si este mundo no fuera mi mundo y durante un tiempo haya logrado atravesar una barrera de sosiego y paz en el camino habitual de dardos y espinas. Pero ruge el león, y no es un rugido mustio. Ha leído las cartas, ha visto las fotos, ha viajado más que yo, al pasado, al futuro, más rápido que yo. Ha hablado con todos. Intenté parar el tiempo pero ya ha logrado alcanzarme. Quizá todavía no. Pero suena la llave. Lo va a lograr.

Ruge lentamente, como la parsimonia de la traición. Apago las luces para no verlo. Me quedo quieto, paralizado, en un bar, en un portal, en la cama, en el asfalto que separa 120 kilómetros. Y la luz ciega mi guarida. En tus besos de rejas y hormigón, en tu cuerpo inocente y excitado... se esconde. En tus ojos instigadores, en tu mirada curiosa... se esconde. En tu andar titubeante, en tus pasos decididos... se esconde. Eres tú, y tú. Y yo, que poseo mientras huyo sin alas. O quizá me escondo y por eso, abro siempre las puertas.

Pero detrás está el león. Intermitente. Cegador. Omnipresente. Es una caricia con apariencia de diamante, fino filo de cristal. Ha viajado siempre conmigo. Veloz. Y un día, cuando quise pararme en el silencio, él movió mis manos hacia la cuna meciendo... Y venciendo. Míralo. Ahí está.