Mar azul, luz de mar
La perla luce en el brillo de un día sin mar. Se tapizan de azul mis pensamientos baldíos, mis esquinas rotas, mi memoria más fugaz. Se pintan cuadros con palabras. Se llena el monte de tenues blancos, las bicicletas de parques, las carreteras de caminos, los pies que buscan un sendero, y en cada vereda aparecen una o seis brújulas.
Cada brújula es un misterio, un enigma, un nube sin fusión, un cielo ahíto de espacio. Es casi nada y todo a la vez. Caer o correr, morir o nacer. Me visto de rojo, me quito la ropa. Mis pies descalzos se deslizan hacia la sombra. Mis manos sudan, y sobre ellas, la brújula. Me alejo. Y me alejo cada vez más. Soy un punto en el universo de tu mirada. Latitud 2. Noroeste. Aterrizando suavemente sobre la arena. Tumbado, hacia la sombra de cualquier pasado. Cara o cruz, sol o sombra. Norte. O sur.
Y las agujas giran sin pudor en el frenesí de cualquier instante. De repente. Ahora mismo. Y el mar sigue siendo ausencia. Y el monte corre tras las piedras de su propio desfiladero. Ruedas rotas, hierros ajados, caminos cortados, senderos peligrosos, veredas de espinas. Mi brújula sólo percibe seis minutos. Pero seis minutos del futuro. Observar qué pasará cambia, de por sí, lo que va a suceder. Mirar al futuro muta su propia realidad. El presente es sólo un segundo de ayer. Se esparcen los principios y las incertidumbres. Y me veo a mí mismo... allí. En el reflejo de tu iris absorto. Contraído. Volando piedra sobre herida mar abajo, rompiendo las olas.
Me pongo la camiseta. Me calzo. Suspiro. Me sirvo otra copa. Sin música. Cierro los ojos. Borro mis trazos. Tiro el papel. Y dejo de pintar. Mar azul, luz de mar.
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