Las mismas lágrimas
Qué silencio, parece que nadie habita este pueblo. Todo es más fácil si pienso que nadie me escucha, que nadie lee estas letras. Que salgo a la ventana, y no hay nadie. Que abro la puerta y no hay eco y la sombra tras la esquina, es mi propia sombra.
Asumo que es así. Y las luces se tornan más íntimas, más oscuras. Lloro en el final de cualquier película y recuerdo que hace dos años eran, quizá, las mismas lágrimas. Espesas, añejas, tristes, perennes. Se deslizan lentamente sobre mis dedos, mientras escribo. Se posan con rudeza sobre mis pies, cuando camino. Emergen profundas tras mis párpados absortos, cuando mantengo la mirada en un pasado imborrable. El que no se marcha cuando cede la luz en el túnel, el que no cruza el puente, el que no se ahoga cuando me hundo ni fenece entre los restos anónimos de un avión estrellado.
Qué silencio, nadie habita este pueblo. Ni el país, ni yo mismo me habito. Qué soledad, qué ausencia, qué tristeza. Salgo a la ventana y las sombras caminan como espectros sobre sí mismas. Sobre las lágrimas que caen del balcón al asfalto. Espesas, bruñidas. Como el pasado, que no viaja, que no muere, que regresa... que habita conmigo este espacio incólume de recuerdos marchitos. Y se mueve solo, deslizando, negro sobre negro, las imágenes de mi memoria escrita. Como estas letras, que nadie lee. Que quizá un día, hace tanto... ya escribí. Y nunca olvidé.